miércoles, 16 de mayo de 2012

El Doncel de Sigüenza






La Catedral de Sigüenza está dedicada a Santa María la Mayor, patrona de la ciudad de Sigüenza. Tuvo su origen en enero de 1124, cuando el obispo Bernardo de Agén (1080-1152) reconquistó la ciudad a los musulmanes, en tiempos del reinado de Doña Urraca, hija de Alfonso VI. Las obras de la catedral pasaron durante siglos posteriores por diferentes obispos, que fueron edificando en estilos propios de cada época hasta la nave central realizada en pleno gótico en el siglo XV, en el que se cubrieron las bóvedas del crucero siendo obispo el futuro cardenal Mendoza. La parte ornamental se alargó hasta el siglo XVIII.
Las dos torres exteriores de la fachada principal con merlones dan un aspecto de fortaleza militar a la catedral, como en otros edificios religiosos de la misma época, por las funciones de templo-fortaleza que habían de asumir. La de Sigüenza fue nombrada como la fortis seguntina




El sepulcro del Doncel es la tumba de Martín Vázquez de Arce ubicada en la capilla de San Juan y Santa Catalina de la catedral de Sigüenza (Guadalajara, España). Se trata de una de las principales esculturas del gótico tardío español.




Fue encargada por su hermano, Fernando Vázquez de Arce, y, aunque se desconoce con exactitud el escultor, se le atribuye a Sebastián de Almonacid, que la realizaría en el taller que tenía en Guadalajara. La fecha de realización de este conjunto funerario es entre 1486, año de la defunción del Doncel, y 1504, en que sale citado en el testamento de su padre como ya realizado en la capilla de la catedral.

El sepulcro, colocado sobre tres leones, está bajo una hornacina en arco de medio punto, con la estatua del Doncel en alabastro. Lo que más resalta es que no es una figura yacente, dormida, si no que se encuentra recostado, con una pierna sobre la otra y apoya el brazo medio incorporado, en actitud de leer un libro que sostiene abierto en sus manos. La iconografía habitual durante la Edad Media reserva los libros a personajes eclesiásticos, por lo que su uso en este caso puede considerarse una innovación, relacionada con el aumento de la literatura profana desde la crisis bajomedieval y la invención de la imprenta (presente en España desde 1472, con el Sinodal de Aguilafuente), aunque la difusión de la lectura que trajeron los libros de caballerías es posterior.






Aparece enfrascado en la lectura de un libro mientras descansa de un ejercicio militar, con las piernas protegidas por su armadura, graciosamente cruzadas. La figura está vestida con armadura y con la cruz de Santiago en el pecho, pintada en rojo destacando sobre el blanco del alabastro. Se aprecia el puño de una espada y un pequeño puñal en la cintura. La cabeza está cubierta con un bonete que se le adapta totalmente. Aparecen a sus pies cerrando la composición un niño o paje apenado y un animal. En el frente del sepulcro dos pajes sujetan el escudo de armas y se encuentra ornamentado con delicadas tallas.Toda la obra está policromada.

En la parte inferior de la hornacina, sobre el propio sepulcro, contiene la siguiente inscripción:

Aquí yaze Martín Vasques de Arce - cauallero de la Orden de Sanctiago - que mataron los moros socorriendo - el muy ilustre señor duque del Infantadgo su señor - a cierta gente de Jahén a la Acequia - Gorda en la vega de Granada - cobró en la hora su cuerpo Fernando de Arce su padre - y sepultólo en esta su capilla - ano MCCCCLXXXVI. Este ano se tomaron la ciudad de Lora. - Las villas de Illora, Moclin y Monte frío - por cercos en que padre e hijo se hallaron.



Testimonio



Mi nombre es Martín Vázquez de Arce, comendador santiaguista. Tenía tan sólo 25 años cuando caí en batalla frente a los muros de Granada, combatiendo junto a mis señores, Isabel y Fernando.
Tantos poetas me han cantado desde entonces, desde que mi buen padre don Hernando de Arce mandase poner mi cuerpo en un sepulcro de nuestra capilla.
Fui hombre renacentista, instruido, amante de los libros. Como caballero, guerreé. Como humanista, leí. Mi daga y mi libro me acompañarán eternamente.
Ante mí, los visitantes hablan, y aunque su voz es baja por respeto al lugar, yo los oigo. Dicen que les transmito paz. Me gusta eso: tras la guerra en que morí, la paz. Más de 500 años llevo en este tranquilo reposo, leyendo, una y otra vez, el libro que el escultor puso en mis manos. No me cansa: nunca cansa la belleza de las palabras. Eternas compañeras de camino, expresión de los pensamientos más elevados.
Leo, y no hay soledades en mis días. Cerca de mí, en el centro de la capilla, descansan mis padres. Ellos duermen. Yo velo su sueño. A veces levanto los ojos de mi libro y les contemplo, tan serenos, don Hernando de Arce y doña Catalina de Sosa. Me gusta verles así, al fin tranquilos, porque me apena pensar en lo que debieron sufrir tras mi muerte en plena juventud. Al menos les dejé la alegría de una nieta, Ana, porque fui casado. Esa hija les dio un bisnieto, Juan de Mendoza. Y en él acabó mi solar, porque no dejó descendencia.
¿Qué fue de mis libros tan amados? ¿Quién los leyó después?. Acariciar las cubiertas, pasar las hojas como dinteles de nuevas salas desconocidas, hacerlas nuestras habitando en ellas…
Y mi libro. Que es todos los libros del mundo.
Esa es mi eternidad.




Para ambientarnos, un poco de música.

Del Cancionero de Palacio " Rodrigo Martinez " por Jordi Savall con Hesperion XX 







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